Este fin de semana hemos estado en París.
Ha sido uno de éstos viajes relámpago sin planificar que surgen casi de broma.
"¿Nos vamos mañana a París" me dijo mi mujer. Y creo que lo que menos se esperaba era que mi respuesta fuera "¡ Vámonos!"
El caso es que en el avión me toco detrás un niño de unos 3 años... que me dio uno de los peores vuelos de mi vida.
No dejaba de dar patadas, de dar golpes con una botella en la cabecera de mi asiento, de chillar cada vez que le llamaba su madre la atención, cosa que no hacía muy a menudo, y de dar por saco a todos los presentes. Me llama poderosamente la atención que el niño empezara a dar fuertes golpes con una botella en mi respaldo. No porque lo hiciera, sino por que la madre esperó al octavo seguido golpe para llamarle la atención.
Señora, ¿Cuántos golpes hacen falta reñir a un niño? No se puede contar así con la paciencia de la gente, porque ese niño quemaba a cualquiera. Que se lo digan al padre, que se tiró durmiendo todo el vuelo...
Irónicamente, al aterrizar la madre le dijo al chaval "Muy bien Joaquín, te has portado más o menos bien". A lo que no me pude reprimir y dije en voz alta "¿Más o menos?"
La madre me sonrió... "Ay pobre, no te ha dejado dormir..." y el niño, mirándome con sorpresa exclamó "¡¡Tío Alonso!!"
Con lo que estuvimos todo el desembarco hablando Joaquín y yo sobre los instrumentos musicales que sabíamos tocar y sobre lo bien que se había portado...
En fin...
Por cierto, París muy bien.
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